Ni la guerra ni la violencia terminan con el solo acto de dejación de armas por parte de sus actores. Cuando cesan los conflictos, queda pendiente desarmar los espíritus y las mentes de quienes los han pro- piciado directa o indirectamente, pero también los de sus víctimas. Se requiere cambiar las representaciones tergiversadas de las causas y los contextos de la violencia, para encontrar espacios legítimos de convi- vencia y de respeto a las diferencias.