El café se cultiva en más de 80 países de Latinoamérica, África y Asia, y es uno de los productos agrícolas más valiosos del mundo (Panhuysen y Pierrot, 2014) ya que proporciona los medios de subsistencia para aproximadamente 25 millones de familias campesinas (McNougher, 2013), e involucra a más de 100 millones de personas en su producción y procesamiento. La producción a pequeña escala se realiza con la participación familiar, tomando importancia el trabajo de las mujeres, el cual constituye la mitad de la fuerza de trabajo para el cultivo (Panhuysen y Pierrot, 2014). En Colombia, es bien conocido el papel que ha desempeñado el café en la historia del país, donde se reconocen hechos importantes, entre ellos, la consolidación del país como uno de los mejores productores de café del mundo (1930), la expansión especulativa de la producción en diferentes zonas del territorio colombiano (siglo XIX y XX), la consolidación de un novedoso modelo de desarrollo exportador cafetero durante las primeras décadas del siglo XX y la colonización de nuevas tierras en el centro y occidente del país (FNC, 2010b; FNC, 2014b); durante el siglo XX, aparecieron nuevas regiones cafeteras en el sur del territorio colombiano, con una participación creciente de los departamentos de Huila, Cauca y Nariño (FNC, 2014b). Esta dinámica del sector cafetero colombiano ha permitido que actualmente, la zona cafetera se encuentre distribuida en todas las cordilleras y zonas montañosas del país, generando ingresos a más de 563000 familias productoras del grano (FNC, 2010b).