A los habitantes de la casa conjurando a los malos espíritus; en el jardín, un balde que fue usado para la limpieza del hogar hace las veces de maceta y una flor se asoma en él; los niños se columpian sobre un neumático y luego dibujan en el suelo una rayuela.En la mesa, los que fueran frascos de mermelada se han convertido, como en el truco de un prestidigitador, en vasos para servir jugo y, en la sombra de una calle, los viejos empaques plásticos de jabón son ahora portacomidas en que los trabajadores llevan su almuerzo.Pasa el mediodía y un obrero duerme sobre una carreta -improvisada cama-, al lado de un árbol que ha sido cercado con piedras redondas pintadas de blanco.Estas imágenes heterogéneas conforman los paisajes domésticos y urbanos que en silencio insinúa la poesía de la cotidianidad de la que todos participamos, que es descubierta, discutida y celebrada por el ojo celoso y jovial sin el que no habría arte, filosofía ni ciencia, y que es el mismo ojo visible en las páginas de Estéticas del consumo: configuraciones