El 15 de septiembre de 1821, el antiguo reino de Guatemala se declaró independiente de su metrópoli, una metrópoli cansada que veía con frustración cómo se le escapaba su propia América española. En la Nueva Guatemala de la Asunción, los signatarios reunidos estampaban su firma en un documento que las circunstancias habían apurado. Las noticias de México eran alarmantes y esperanzadoras al mismo tiempo, y la atmósfera del momento estaba imbuida de aires imperiales y anexionistas en su gran mayoría, excepto por el empecinamiento de un par de ciudades que hasta el final no cederán en su reticencia al emperador Agustín de Iturbide.