En medio de una sociedad sacralizada, la Nueva Granada del siglo XVII se constituyó como escenario en auge de la pintura colonial. Con las disposiciones de Contrarreforma y tridentinas, los manuales de pintura, hagiografías y láminas europeas, las representaciones sagradas se dieron bajo la mirada inquisidora de la iglesia, configurando así un discurso visual centrado en la retórica y la persuasión. Por lo tanto, considerando el término acuñado por Foucault y estudiado por Agamben de dispositivo, este artículo pretende aplicarlo al uso que dio la iglesia a la pintura como herramienta de adoctrinamiento, más específicamente como dispositivo de proto-disciplinamiento del cuerpo social, y centrando dicho dispositivo en la representación dicotómica de la risa, por un lado enmarcada en el deber ser, la sumisión, la templanza y lo sagrado, y por otro lado como síntesis de las prácticas a evitar, lo profano, los vicios y la condena eterna.