¿Hasta dónde se puede decir que la problemática educativa no es ajena a la filosofía? o, mejor dicho; ¿hasta dónde necesita la educación de una reflexión filosófica? ¿No será quizás una postura anacrónica y aberrante recurrir a los conceptos abstractos de la filosofía para tratar los modernos problemas de la práctica educativa? ¿O es que hemos de seguir siempre «saliéndonos por la tanjente» de «las filosofías o de las metafísicas baratas», cuando no queremos «coger por los cuernos» los hechos concretos, que nos plantea a los educadores la práctica diaria de nuestra profesión?