Colombia se ha caracterizado a lo largo de su historia política por ser bipartidista; el deseo de poder ha desangrado el país desde hace mucho tiempo, y en las contiendas se ha evidenciado la desigualdad y la injusticia social. Los gobernantes olvidan el espíritu detrás de la democracia representativa, llevandoa la humanidad a su mínima expresión y desconociendo los derechos humanos. El Gobierno parece ser el máximo represor de cualquier clase de movimiento que surja en una sociedad para hacer sus propias exigencias, despertar conciencias y reclamar un cambio en favor de las mayorías desfavorecidas. El Estado deja de ser concebido como un aparato democrático y adquiere la connotación de aparato político, usado para manipular y excluir al acomodo de unos pocos detentadores del poder que es legitimado únicamente a través de una jornada de sufragio que la mayoría de las veces no refleja el deseo popular, sino las maniobras que puede lograr la inequitativa distribución de la riqueza.