Tras la publicación de Cómo hacer cosas con palabras, de John L. Austin, se le han atribuido al lenguaje potencias que van mucho más allá de la representación y que podrían condensarse bajo el concepto de performatividad, una característica del lenguaje referida a su capacidad de hacer cosas o producir realidades. Las implicaciones de esta comprensión han superado el campo en que este término surgió ?la filosofía del lenguaje? y en las décadas siguientes fueron y han seguido siendo exploradas por las más variadas aproximaciones teóricas, desde la retórica y los estudios literarios hasta los estudios culturales, poscoloniales, de la raza y del género. Esta ampliación del espectro de la performatividad no sólo ha conducido a una redefinición del concepto acorde a los problemas específicos de cada campo, sino que también ha desencadenado debates epistemológicos. La consideración de los múltiples sentidos en que se dice que algo es “performativo” ha enfatizado los límites y las tensiones entre formas de teorizar que podrían ser clasificadas, gruesamente, en dos grupos: por un lado, aquellas que se ocupan de las dimensiones pragmáticas del lenguaje y, por otro lado, aquellas que se enfocan en el estudio de las normas sociales corporalizadas, que han vinculado el concepto de performatividad al de performance. En este artículo me propongo explorar las tensiones que han constituido este concepto para abogar por una comprensión que en lugar de crear barreras entre campos del saber, abra la posibilidad de una teoría más compleja y transdisciplinaria de la performatividad.