Cuando en 1924 publicara Jorge Mañach la narración titulada “Belén, el aschanti”, una de las pocas obras de ficción salidas de su pluma, colocó la contradicción en una dimensión diferente y aún más atractiva. La historia, ubicada en tiempos de la esclavitud, narra la trágica y turbia relación entre un esclavo negro de la dotación y la hija del dueño del ingenio azucarero. Si mucho es lo que Mañach desaprovecha del poderoso eje dramático que maneja, igual son abundantes las sugerencias en lo que nos queda: la desmesurada, inexplicada y rara atracción que se verifica entre los personajes que articulan la tragedia: el esclavo Belén y la Niña Cuca. En cuanto a la relación entre ambos, nada existe en el relato que permita suponer que fuese alguna vez más allá de simples gestos y ofrecimientos corteses de parte del esclavo. Y en cuanto a la Niña Cuca, ella siempre aparece investida de la autoridad que le confieren el color de su piel y su jerarquía social: es a Belén a quien vemos dirigírsele y a ella a quien vemos despreciarlo. En una relación tan por entero vertical, hemos de suponer que se interrelacionan por los estereotipos de inalcanzabilidad que ambos mutuamente representan: lo abyecto y lo sublime.