<p class="p1">A menudo, hablar de la muerte en medicina veterinaria se considera un tabú, sin embargo es</p><p class="p1">un hecho tan propio de los animales que se hace necesario entenderlo. En una cruda definición,</p><p class="p1">la muerte es el final de la vida; solo donde ha habido vida existirá la muerte.</p><p class="p1">Con los avances de la ciencia, la capacidad clínica para buscar extender la vida plantea alternativas</p><p class="p1">como la cirugía a corazón abierto, la implantación de marcapasos, el trasplantes de órganos,</p><p class="p1">la nutrición parenteral, la endoscopia con fibra óptica, la quimioterapia contra el cáncer, entre</p><p class="p1">otros procedimientos inexistentes en el siglo pasado en medicina veterinaria. La tecnología</p><p class="p1">para prolongar la vida ha hecho que el término “muerte natural” pierda sentido, dando lugar a</p><p class="p1">luchas éticas complejas frente a la inutilidad médica en ciertos procedimientos. </p><p class="p1">En la práctica clínica y de salud pública frente a la atención de animales de compañía se presentan</p><p class="p1">diferentes dilemas, hechos que se hacen más complejos cuando se analizan desde cada</p><p class="p1">uno de los actores que intervienen en la toma de decisiones. La formación y experiencia de</p><p class="p1">los profesionales que participan del proceso, la complejidad del caso y las ayudas diagnósticas</p><p class="p1">disponibles hacen que el procedimiento gane celeridad. En otras ocasiones, la toma de decisiones</p><p class="p1">puede ser dispendiosa, haciendo difícil identificar las diferencias críticas entre los actores</p><p class="p1">(propietarios o responsables del paciente y médicos veterinarios).</p>