El poder militar siempre ha cumplido un papel fundamental en el seno de la diplomacia, como una forma de enviar mensajes políticos sin que ello necesariamente implique una amenaza directa o explícita. El poder naval es particularmente idóneo en este sentido, tanto por su alcance y flexibilidad estratégica como por su dimensión simbólica, ya que el envío de destacamentos navales muchas veces llega a ser visto como símbolo de potencia y prestigio nacional. Una de múltiples expresiones de este fenómeno se conoce como la “diplomacia de cañoneros (inglés “gunboat diplomacy”), es decir el uso o la amenaza de una fuerza naval limitada con un propósito concreto e inmediato.