Este artículo es una reflexión abierta que se interroga, articulando responsabilidad y emoción, por la naturaleza de una escuela para la infancia en la que se pone en relación, a través del lenguaje, a los educadores y los niños. En esta perspectiva, el lenguaje se asume como el elemento que posibilita la comunicación entre estos actores y con ello la actividad de compartir la construcción de sus identidades y sus mundos y lo que estos significan para ellos. De este modo se hace un llamado a los maestros a recuperar, desde la labor educativa de la escuela, la dimensión lúdica que posibilite expresar la fantasía, la imaginación y la creatividad como componentes esenciales de la relación pedagógica con los niños, lo que a su vez abre oportunidades para que los niños puedan construir nuevas realidades sociales significativas a partir de sus vivencias cotidianas y del uso que en éstas hacen del lenguaje, sobre todo del lenguaje literario.