Poner una realidad en el centro de la atención hace parte de la esencia misma de lo humano. Corresponde quizás a la capacidad que distingue al hombre del animal, la capacidad de darle significado a sus palabras y a sus acciones. El problema es saber qué sentido tiene este principio orientador, a la luz de un contexto no tan limitado y que refleja, a la postre, lo más humano de lo humano. Sin este principio seguramente no existirían el arte, la ciencia, la filosofía y mucho menos, la religión; pero tampoco existirían las ideologías macabras ni los fanatismos nefastos. Corresponde por la tanto a la naturaleza del hombre situarse respecto a un entorno en el cual él pueda libremente definir qué debe ser lo más importante, lo paradigmático, pero, en este caso, también lo execrable.