El artículo enuncia la evolución histórica de la economía de ciencia social a pretendida ciencia exacta, olvidando su ethos, el hombre. Advierte la diferencia entre crecimiento y desarrollo, y cómo este se concentra en pocos países dejando a inmensos grupos de población en la condición de atrasados. Destaca los esfuerzos realizados por la comunidad internacional después de la ii Guerra Mundial: la creación de la ONU, la declaración de los Derechos Humanos, basados en el pilar de la dignidad, y programas solidarios, como el Plan Marshall, en busca de redistribuir los avances que crean riqueza productiva. Resalta el agravamiento de la desigualdad a raíz de la globalización y el imperio del capitalismo financiero, facilitados por los avances tecnológicos, con lo cual se erige la economía de la indignidad, que genera sentimientos y protestas de indignación. Después de referirse a recientes enfoques históricos sobre la teoría del desarrollo económico, propone utilizar los mismos avances de la tecnología, unidos al concepto de solidaridad y al desarrollo del talento humano, a partir de los espacios físico, temporal y del ciberespacio, para generar la economía de la dignidad, en la que han de prevalecer el ser humano y el respeto por la naturaleza, comenzando por recursos vitales como los hídricos, hoy escasos y en vías de privatización.