<span>Si el derecho pretende mantener su legitimidad y no ser absorbido o neutralizado por economistas, políticos o científicos, debe ser una fuente permanente de invocación y de reclamo por la justicia y lo justo, no para proponer soluciones inviables sino para defenderles incansable, inexcusable y eficazmente; lo contrario, significa sacrificar el sentido último legitimador del derecho. La historia ilustra e instruye sobre derechos sin rostro humano o contrarios al hombre, pero también que es posible construir algún derecho que lo favorezca; la opción, es un humanismo jurídico que nos reivindique, que destierre el miedo de sentirnos víctimas.</span>