En su obra Impresiones de viaje (escritas por una abuela para sus nietos), Isabel Carrasquilla expresa desde un principio su deseo de “seguir contando después de muerta”. Este detalle y las circunstancias que rodearon la escritura del libro en 1931, a los 66 años, a escondidas de su hermano Tomás —a la sazón del más célebre escritor antioqueño—, permiten pensar en una fuerte pero oculta necesidad de expresión estética. Con el fin de identificar las marcas de una subjetividad creadora, este artículo, luego de algunas consideraciones sobre el género literario en el que se inscribe la obra, se detiene en la relación entre este y la intención de la autora, para terminar mostrando las facetas que asume la auto-representación.