Andrés Caicedo, escritor colombiano de mediados de los setenta, se yergue dentro de un complejo panorama narrativo. Al escribir ocupa el nombre de Edgar Allan Poe como cita obligada, reescribiéndolo dentro de un contexto de producción que dista lingüísticamente del de su intertexto. Opera, así, en términos de traducción, mas es una traducción siempre disonante y diferida por aquellos espacios que no alcanza a aprehender y, sobre todo, porque sus lecturas del original están mediadas, primero, por las traducciones de Julio Cortázar, y, segundo, por las películas de clase B, presuntamente dobladas, del director Roger Corman.