Los anos setenta agonizaron en un pais que no pudo redimir la provincia sometida a un siglo de atraso ni avizorar la ciudad que anticipaba un siglo de convulsiones. La sociedad colombiana era entonces un marasmo de melancolias, abandonada de cualquier certeza. De la certeza en los descollantes politicos de plaza publica que no lograron cerrar la brecha; de la certeza en unos planes de desarrollo que solo nos aliaron al subdesarrollo; de la certeza en unos curas y unas monjas divididos por el fantasma de un concilio que la iglesia no dejaba recorrer; de la certeza en unos artistas e intelectuales cada vez mas discolos, incomprensibles y desencantados; de la certeza en una milicia y una policia siempre inciertas, obnubiladas en detectar comunistas y en caso contrario en parirlos con la tortura; de la certeza en unos periodistas que no trascendian aun el corrillo de directorio ni la cronica roja; de la certeza en unos actores y actrices que resoplados de los transistores o de las tablas empezaron a circular masivamente por la television creando una minuscula farandula de parroquia.