Durante el siglo XIX, las figuras del compositor y del intérprete musical se escindieron, dando origen a diversas posturas acerca de los alcances del papel del ejecutante, así como sobre la concepción de la obra musical y de la partitura como su equivalente gráfico. Este artículo revisa varias de ellas en las que, no obstante, encuentra un elemento común que todas reconocen: el aporte “inevitable” del ejecutante. Aporte que se define en los términos que establecen la denominada semiótica musical cognitivo–enactiva, la gestualidad y los estudios de performance, para determinar la participación del cuerpo, y sobre todo de la corporeidad inherente a la ejecución, como instancia de significación y, a la vez, vehículo de comunicación del significado musical construido.