Es indudable que la realidad agraria de América Latina presenta una imagen ambivalente, pues si bien durante las últimas décadas demostró no ser un rezago tradicional y se transformó y dinamizó lo suficiente como para responder con éxito a la demanda efectiva, tampoco pudo alcanzar los niveles de producción necesarios para contribuir a solucionar los problemas alimentarios, de empleo, ingreso y otros que persisten tanto en el campo como en las ciudades.